“Empecé leyendo por instinto a Borges (ahora también pienso que es lo correcto): salteando aquello que no comprendía, anclando en aquello que iba entendiendo. Terminé el secundario, viene a estudiar a Buenos Aires y tuve la gran fortuna de que en 1968 Borges diera por última vez la materia de Literatura Inglesa en la UBA y fue otra instancia de conocimiento de Borges que fue extraordinaria”, aseguró la escritora Sylvia Iparraguirre en la cuarta edición del BorgesPalooza, cuya charla compartimos por primera vez completa en el Centro de Atención al Lector.

Durante la conversación con Daniel Mecca, creador del festival, Iparraguirre contó que una cosa había sido leerlo en su adolescencia y otra muy distinta dar una examen ante el autor de “El Aleph” del otro lado de la mesa: “Borges no aplazaba a nadie. Te decía: ‘¿Para cuánto estará su examen? ¿A usted qué le parece? ¿Para un ocho o un nueve?’ Yo, con 21 años, estaba petrificada”.

Una de las cosas que la novelista recuerda más de Borges es la risa: “Era fantástico escuchar a Borges reirse con ganas: Es un escritor con el que me he reído y me sigo riendo constantemente. Para mí el humor es una clave de la literatura y de la vida y yo me doy cuenta cuándo Borges se está riendo. Por ejemplo, cuando en el ensayo ‘El Idioma Analítico de John Wilkins’, en la serie de la Enciclopedia China, Borges pone ‘lechones’, se está riendo”.

Concluyó: “La gran lección de Borges es la del lector ideal: el lector desprejuiciado y libre. Esa es la enseñanza para mí básica de Borges: ser un lector desprejuiciado y libre. Porque cuando hablamos de Borges hablamos de un lector. Y cuando leemos a Borges leemos a un lector. Es la escritura de un lector todo el tiempo. Borges no tenía ningún prejuicio entre la cultura alta y baja”.