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“Me acuerdo”, de Martín Kohan: el Aleph está en los márgenes

“Me acuerdo”, de Martín Kohan: el Aleph está en los márgenes

Por Martina Nudelman // @marti.nudelman // 

¿Cómo narrarlo todo? El libro Me acuerdo (2020) de Martín Kohan (Ediciones Godot) reescribe el Je me souviens (1978) de George Perec. En él, el escritor argentino busca narrar la experiencia por medio de una enumeración de recuerdos. ¿Cómo contar una vida, la suya?

De un viaje conocemos la remera que nunca se quiso sacar, el chofer del micro, una vendedora de huevos y su perro, los piojos de una novia de verano.

No se narra lo central, sino todo lo que está alrededor. Por medio de detalles anecdóticos, como el caño en el patio de juegos, el olor de la plasticola, los nombres de los vecinos y de sus familiares, una caja de fósforos, imaginamos un mundo. La vida busca espacio en los límites del lenguaje.

En Borges, un escritor en las orillas, la ensayista Beatriz Sarlo plantea que el escritor argentino construye sus ficciones por medio de una pregunta filosófica. En el cuento “El Aleph”, el conflicto está justamente en los límites del lenguaje para representar la realidad.

La historia comienza con la muerte de la mujer amada: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió […], noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”.

Sin embargo, Beatriz es un personaje tangencial. Borges – como personaje- comienza a visitar cada año, en el aniversario de su cumpleaños, la casa familiar de Beatriz. De ese modo, entabla una relación, si es que así puede llamarse, con su primo hermano, Carlos Argentino Daneri.

Si Beatrice en La Divina Comedia de Dante era la “donna angelo”, la mujer medio entre el poeta y Dios, en “El Aleph” de Borges, para su pesar, va a ser Daneri, definición de escritor esnob y pedante, quien lo va a conducir a la visión del infinito.  El cuento, tal como sostiene el escritor argentino Goloboff, narra dos historias y, en Borges, eso significa hacerse dos preguntas.

Por un lado, está este Carlos Argentino Daneri que le cuenta a Borges acerca de un proyecto de obra, un poema llamado La Tierra: “Tratábase de una descripción del planeta, en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca digresión y el gallardo apóstrofe”. Daneri busca narrar, en ese texto, todo. Pero el signo – la palabra- jamás es espejo de la realidad y Borges lo sabe. Lo dice el mismo artista Magritte en su cuadro: “ceci n`est pas une pipe”. Esto no es una pipa. La obra es siempre representación.

Por otro lado, al narrador se le presenta un segundo problema lingüístico. Daneri le cuenta que en el sótano de la casa familiar, en el decimonono escalón, ha encontrado el Aleph, “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe”. Es el infinito en un punto. Borges tiene que verlo y lo ve: “Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi desesperación de escritor”. ¿Cómo representar el infinito, el todo, con un lenguaje de signos finitos?

En Borges, todo es recorte y selección. Es por eso que elige narrar – y era imposible hacerlo de otro modo- una cifra de ese Aleph en una enumeración: “Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré”.

En Me acuerdo de Martín Kohan, se busca narrar también un infinito. ¿Desde cuántos puntos de vista puede contarse una vida? Sin embargo, su enumeración atraviesa recuerdos accesorios. Parece contarse todo menos el punto central. Es una historia que no tiene verbos -no hay acción-, solo sustantivos y fotografías. Una novela de notas al pie.

El Aleph de Martín Kohan está en los márgenes.

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