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Ella Fitzgerald: brilla tu luz para mí

Ella Fitzgerald: brilla tu luz para mí

Por Daniel Mecca (@danielmecca)

Fue llamada la primera dama de la canción. Su voz habita la historia del jazz. Comenzó su carrera en 1934, vendió más de 40 millones de discos, grabó más de 200 álbumes y conquistó 13 premios Grammy. Marcó el pulso de la popularidad del género, sobre el que vibró en todas sus escuelas rítmicas (tradición y vanguardia). Ella Jane Fitzgerald fue una de las grandes del jazz.

Nació el 25 de abril de 1917 en Newport News, Virginia. Murió el 15 de junio de 1996. Su padre la abandonó poco después de nacer. A los cinco años se mudó al barrio de Yonkers, en Nueva York. Su infancia —como la de todo chico pobre y negro en esos años de Estados Unidos— estuvo signada por las penurias, el trabajo infantil y la calle. Tuvo que trabajar de ‘campana’ en un burdel y para un corredor de apuestas.

Tras la temprana muerte de su madre en un accidente (‘tenía una voz hermosa’, recordaría Ella) y el fallecimiento de su padrastro, dejó la escuela y terminó en las calles de Harlem, en la época del crack económico del 29. Quería ser bailarina más que nada en el mundo. Huérfana, y tras ser detenida por la Policía, la metieron en un reformatorio del cual se terminó escapando. Allí fue golpeada por los ‘cuidadores’.

Todo empezó en el mítico Teatro Apollo, en Harlem, Nueva York, del que salieron estrellas como Michael Jackson, Stevie Wonder y James Brown. Ella Fitzgerald tenía 17 años. Era un concurso de talento amateur. Se presentó para bailar, pero cuando le tocó su turno, inhibida por la ejecución de otras bailarinas y asustada por el creciente murmullo, cantó. Intepretó “Judy”, del cantante Hoagy Carmichael. Deslumbró. Y ganó. El éxito fue tal que le pidieron una canción más: interpretó “The object of my Affections”, de las Boswell Sisters. Afuera era tímida y reservada pero Ella, en el escenario, no tenía miedo. Ella brillaba.

Un año después, en 1935, se sumó a la big band del baterista Chick Webb en el Savoy Ballroom, otro legendario salón musical ubicado entre calle 140 y 141, en Harlem. La orquesta de Webb ganaba todo en las denominadas “batallas de las orquestas”, incluso a la del histórico clarinetista Benny Goodman, el ‘rey del swing’.

Cuando Ella tenía 21 años, su versión de la canción infantil “A-Tisket, a-Tasket” llegó al primer puesto de las radios y se quedó ahí durante 17 semanas. Para dimensionar: vendieron la cifra, astronómica para esos días, de más de un millón de discos. Cuando murió Chick Webb, a sus 22 años, el 16 de junio de 1939, Ella quedó al frente de la orquesta, un antecedente de vanguardia: una mujer -y además afroamericana- pasaba a liderar una prestigiosa orquesta masculina, que pasó a llamarse “Ella Fitzgerald and Her Famous Band”. La dirigió durante dos años. En 1942 iniciaría su carrera solista.

En esos años (enmarcados en la Segunda Guerra) iba a cambiar de eje la historia del jazz: de la tradicional época de oro de las orquestas y el swing a la vanguardia del bebop, que tuvo como íconos a personajes como Charlie Parker y Dizzy Gillespie. Se trataba de una renovación estilística, marcada por los solos instrumentales, con predominio de agudos, la velocidad en el fraseo y los tiempos, como si fuera electricidad. Ella Fitzgerald, que había sido un ícono del swing jazz, se incorporó a los modos de la modernidad jazzera.

Su versatilidad fue su identidad: podía cantar dulces baladas (“Misty”, “Angel Eyes”, “Embraceable You” o “The Man I Love”); swing jazz; bossa nova, ópera (“Porgy and Bess”, con Louis Armstrong); un ritmo ‘scat’ (“Oh lady be good”) y hasta temas clásicos de los Beatles: tiene una preciosa versión de “Can’t buy me love”, otra de “A Hard Day’s Night”; también grabó una tremenda versión de la protometal “Sunshine of Your Love”. canción que luego popularizaría Eric Clapton con su londinense banda “Cream”.

Los mejores cantaron con Miss Fitzgerald: Louis Armstrong, Frank Sinatra, Dizzy Gillespie, Benny Goodman. Fue maestra en el arte del ‘scat’, la técnica de la improvisación con la voz: la cantante hacía diálogos onomatopéyicos con la orquesta. Entre 1956 y 1964, grabó canciones de artistas como Cole Porter, Duke Ellington y de los Gershwin. “Nunca supe bien qué eran nuestras canciones hasta que oía a Ella cantarlas”, llegó a decir el letrista Ira Gershwin. Queda en la historia su imagen cantando con los ojos cerrados, la boca vibrando y siempre con su pañuelo blanco en la mano.

Su manager, Norman Granz, fue un defensor de la orquesta integrada con los mismos derechos. Pero tuvo otra importante defensora y admiradora: Marilyn Monroe. Fue por Marylin que cantó durante una temporada en el Mocambo, un club nocturno muy popular en los cincuenta en Los Angeles, visititado por personajes estelares como Charles Chaplin, Humphrey Bogart y Lauren Bacall.

“Ella, personalmente —contó Ella— llamó al dueño del club, Charlie Morrison, y le dijo que quería que me contratara de inmediato; y que si lo hacía, tomaría una mesa de adelante todas las noches. Le dijo a él -y era verdad, debido al estatus que tenía Marilyn- que la prensa iría ‘salvajemente’ a verlas. Morrison dijo que sí y Marilyn estuvo allí, en su mesa delantera, todas las noches. La prensa inundaba el local. Desde ese momento nunca tuve que volver a cantar en un club pequeño. Marilyn era una mujer inusual; un poco adelantada a su época, y ella no lo sabía”.

No tenía el desgarro inolvidable de la gran Billie Holiday —aún duele su versión de “Strange Fruit”, un himno sobre la barbarie racista en el sur de EE.UU.— ni lo aguerrido de Nina Simone, otra de las voces cumbres del siglo pasado, comprometida cantora por los derechos civiles. Pese a que toda obra nace de una existencia y un contexto, Ella Fitzgerald no quiso imprimirle a sus versiones el drama de su biografía y de la historia. Eligió otro rumbo. Su tono era cristalino, inconfundible, como un perpetuo canto adolescente. Creada en medio de momentos de barbarie histórica y de sus propias penurias, su voz dejó una perspectiva de calor, como el sol apareciendo.

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