Por Daniel Mecca (@danielmecca)

“No sé”, dice Remo en la película “El Jockey”, personaje encarnado dulcemente por el actor argentino Nahuel Pérez Biscayart.

Remo es también Dolores, Lola, mitología, Remo otra vez. Pero, sobre todo, Remo es un “No sé” permanente. Y está bien. Está muy bien.

Porque el personaje de Remo, esos ojos, es la conquista del espacio público, es la conquista del espacio abismado de su cuerpo, el descubrimiento de lo invisible por venir.

Por algo es Remo, nombre arltiano por antonomasia.

Y sí, en la película dirigida por Luis Ortega hay más de siete locos, hay rabia, hay juguetes, hay calle y hay inventores de fantasía. Necesitamos más fantasía en este mundo, por favor. Y la fantasía no reclama razones. Qué suerte.

No saber, así, como capital intelectual. No saber como centro de la piel. No saber como canción que inicia la infancia.

No saber es la posibilidad de que todo ocurra, inminente nacimiento, ambigua letra donde todo lenguaje empuja por nacer. Si nacemos o no, la verdad, es una rara circunstancia. Lo que importa es empujar, pujar, seguir empujando no sabiendo.

Hay un poema precioso de Joaquín Giannuzzi que dice: “Los caballos soportaron / el peso de la historia / hasta que fue creado / el motor de combustión interna. / Ahora, cada vez que nacen / titubean y se demoran ante la luz / creyendo haber interrumpido /en un mundo equivocado”.

Nosotros también, al nacer, irrumpimos en un mundo equivocado. Es lo que toca. Como caballos, nos demoramos ante la luz, titubeamos como poetas, galopamos espléndidos por campos imposibles, iniciamos ojos tristes, vagabundeamos en calles de amor y desamor, nos bajan la bandera.

La meta es no saber. El resto es literatura.