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Charlie Parker, el francotirador del jazz que tocaba mañana

Charlie Parker, el francotirador del jazz que tocaba mañana

Por Daniel Mecca (@danielmecca)

Imagínense esta escena: estamos en una sala de grabación en noviembre de 1945 en Nueva York, tenemos a Miles Davis (trompeta), Dizzy Gillespie (trompeta), Max Roach (batería), Curly Russell (bajo) y Charlie Parker, saxo alto. Es el Barcelona de Guardiola. Están creando el disco Charlie Parker’s Reboppers.

Sigamos con la escena: Dizzy está tocando en la sala unos solos de locos, Miles Davis está dormido en el piso (luego dirá: “La mierda que tocó Dizzy aquel día era manjar de dioses”), hay dealers dando vueltas. En un momento dado Parker se va al baño a ‘colocarse’, vuelve dos horas después mientras el resto lo espera sentado. Y cuando volvía colocado Parker tocaba como un animal.

¿Se imaginan a tipos como Davis y Gillespie sentados dos horas esperando a alguien que encima se está metiendo heroína en el baño? Bueno, es que ese alguien era Charlie Parker, o también Bird o Yarbird. Y en el jazz hay un antes y un después de Bird.

Fue el fundador del jazz moderno, alma del bebop, movimiento de los años cuarenta en Nueva York que reaccionó contra el estancamiento edulcorado del swing y las big bands. Los boppers convulsionaban las melodías con solos irregulares, sofisticados, hiperveloces, jamás escritos. Lo que hacían era tremendo.

Escuchen “Ornithology” o “Ko Ko”. Eran, como escribió Frank Tirro, francotiradores. Los tres pilares son Parker, Gillespie y Thelonious Monk. Hicieron suya la calle 52 de Nueva York.

Parker (1920-1955) era, también, un yonki, un héroe del whisky, un aprovechador. Fue lavaplatos de cocina. Había noches que vagabundeaba desnudo por las calles, otro tiempo lo llevaron siete meses a un psiquiátrico donde le metieron electroshock. Empeñaba sus saxos para comprar drogas o alcohol.

Un club de jazz llegó a tener alguien que tenía encargado ir cada día a la casa de empeño a sacar el saxo y devolverlo cuando Charlie terminaba de tocar. Por su apodo abrieron otro club, Birdland, del que lo terminaron echando. Miles Davis dijo dos cosas centrales de él. La primera: entre los maestros, Bird era el maestro. La segunda: Parker es Dalí.

Ahora vayamos a abril de 1947: Bird convoca a sus músicos a un ensayo para una actuación. Fueron todos, claro, menos él. Ensayaron igual con Miles Davis a la cabeza. Una semana después, sin que nadie supiera nada de Parker, el tipo cayó al recital como si nada.

Así lo cuenta Miles en su autobiografía: “Y de repente entró sonriente y eufórico, preguntando si todos estaban a punto para tocar, con aquel falso acento británico que le gustaba utilizar. Cuando fue el momento de atacar el primer número, preguntó: ‘¿Qué tocamos?’ Yo se lo dije. Él asintió, contó los compases y tocó cada jodida melodía en el tono exacto en que la habíamos ensayado. Tocó como un hijo de puta. No falló un compás, una nota, no tocó fuera de tono en toda la noche. Algo grande. Nos quedamos pasmados como idiotas”.

Cuando terminó aquel recital en el Three Deuces, Bird se acercó a los músicos y les dijo: “Esta noche tocaron muy bien, chicos, excepto un par de veces que en perdieron el ritmo y fallaron algunas notas”. Agrega Davis: la sorpresa es que no hiciera algo increíble. Cuando murió, en 1955, tenía solo 34 años.

Como aparece en el cuento “El Perseguidor” de Julio Cortázar: Bird estaba tocando mañana.

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